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Grecia: nada en exceso

Rodolfo Piza | Miércoles 11 febrero, 2015


El nuevo Gobierno griego tendrá que escoger entre una revolución chavista insostenible y antidemocrática, o el pragmatismo social de Mujica en Uruguay


Grecia: nada en exceso

Grecia, un pequeño país del mediterráneo (dos veces el tamaño de Costa Rica y unos 15 millones de habitantes), ha vuelto a ser noticia, y no por cosas buenas. Es el país occidental más endeudado del mundo (su deuda pública equivale al 175% del producto interno bruto y debe 317.000 millones de euros a la Unión Europea), y con el más alto nivel de desempleo (26%).
La crisis ha provocado una caída del 25% del PIB y un crecimiento irritante de la pobreza.
En la antigua Grecia se probaron prácticamente todos los sistemas de gobierno conocidos. Desde la democracia de Solón y de Pericles en Atenas, hasta el modelo espartano. Desde la República inexistente de Platón, a la tiranía de múltiples reinos y el imperio macedónico de Filipo II. Si Atenas fue la cuna de la democracia, Esparta fue el modelo totalitario. Todo puede ocurrir en el mar Egeo.
Los problemas de la Grecia de hoy, mal que les pese a los fanáticos y a los “globófobos”, no los provocaron ni el Fondo Monetario Internacional, ni la Unión Europea, ni la Alemania de Merkel, ni la globalización, ni el euro y ni siquiera las medidas de austeridad de los últimos tres años. Al contrario, fueron provocados por sus propios gobiernos (socialistas y demás): por su incapacidad para gobernar, su corrupción, sus gastos excesivos, sus déficits financiados con deuda pública, sus evasores, los beneficios públicos sin sustento (pensiones, salarios y remuneraciones públicas galopantes, contratos sospechosos).
Los gobiernos griegos, irresponsablemente llegaron a maquillar balances económicos a la Unión Europea para disimular sus excesos y desviaciones, a fin de colocar bonos de la deuda griega insostenibles.
En ese contexto, los griegos, en elecciones libres, “acaban de llevar al poder —con el 36% de los votos— a Syriza, un partido demagógico y populista de extrema izquierda… Syriza prometió a los griegos una revolución y el paraíso.
En el catastrófico estado en el que se encuentra el país… tal vez sea comprensible esta catarsis sombría del electorado griego. Pero, en vez de superar las plagas que los asolan, estas podrían recrudecer ahora si el nuevo Gobierno se empeña en poner en práctica lo que ofreció a sus electores” (Vargas Llosa, El Harakiri, EL PAÍS).
Habrá que esperar las acciones —no el discurso— del Gobierno de Alexis Tsipras. Algunas de sus propuestas son más sensatas que las de campaña (por ejemplo, no negar, sino ligar el pago de deuda al crecimiento económico), pero muchas distan de ser las correctas: “No se puede curar a un enfermo terminal haciéndole correr maratones” de gasto desenfrenado (Vargas Llosa). Si quiere gobernar razonablemente, tendrá que rectificar su programa y ser pragmático, aunque ello le provoque el rechazo de sus electores fanáticos.  El nuevo Gobierno griego tendrá que escoger entre una revolución chavista insostenible y antidemocrática, o el pragmatismo social de Mujica en Uruguay.
Por el bien de los griegos, esperamos que sigan el lema de sus templos en Delfos: ¡Nada en exceso!

Rodolfo E. Piza Rocafort

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