Los inmigrantes cubanos y nuestra singularidad humanitaria
Rodolfo Piza | Miércoles 25 noviembre, 2015

Nuestra historia también la construyeron inmigrantes que se mezclaron con nuestros nativos y entre ambos nos dieron la condición mestiza, mulata o criolla de muchos costarricenses.
Los inmigrantes cubanos y nuestra singularidad humanitaria
Costa Rica es un país singular. Nos dirán que todas las naciones son, a su manera, singulares, y tendrán razón. Pero no nos negarán, al menos, que tenemos títulos de sobra para destacar la nuestra.
En una región donde la democracia y la libertad no fueron la constante, Costa Rica lo ha sido por muchos años. En una región donde la tolerancia, el humanismo y el desarrollo social no fueron ni han sido comunes, Costa Rica se ha sustentado en ellos. En una región donde las disputas han dado lugar a guerras, Costa Rica abolió su ejército y buscó amparo en el Derecho Internacional.
Y si algo nos singulariza también, es nuestra vocación por el equilibrio. Irónicamente dirán que no somos ni chicha ni limonada, pero estarán equivocados, lo que pasa es algunas veces preferimos la chicha y otras tantas la limonada.
En materia de migración y extranjería, nos conviene mantener esa tradición de equilibrio. No tenemos la capacidad de abrir nuestras fronteras de par en par para cualquier inmigrante, pero tampoco nos conviene ni nos refleja, cerrarlas a cal y canto.
No podemos ser imán para todos los perseguidos del mundo, pero tampoco podemos renunciar a nuestra tradición humanitaria. Nuestra historia también la construyeron inmigrantes que se mezclaron con nuestros nativos y entre ambos nos dieron la condición mestiza, mulata o criolla de muchos costarricenses.
Enfrentemos la crisis de los migrantes cubanos con equilibrio y humanismo. La Defensoría de los Habitantes, el Gobierno y la sociedad civil han venido trabajando en ello y debemos apoyar sus esfuerzos por encima de mezquindades y diferencias.
Su objetivo manifiesto es llegar a Estados Unidos para afincarse allí. Nosotros no debemos propiciarlo pero tampoco impedirlo. Debemos, pues, afrontar la realidad de miles de cubanos que huyendo de su tierra, traspasaron nuestra frontera y al querer transitar por Nicaragua, se encontraron con que ese país les cerró sus puertas, quedándose atrapados en esta tierra de Dios.
Corresponde, entonces, buscar una salida y, mientras tanto, darles el apoyo mínimo que no encontraron en su país, ni en nuestro vecino país del Norte.
Por muchos muros que se construyan —y no propugno que lo hagamos—, siempre vendrán migrantes a nuestras tierras o a nuestras costas. Por muchas validaciones de derechos que establezcamos en nuestros servicios de emergencias, siempre aparecerán extranjeros heridos. La alternativa de dejarlos morir en las aceras no es lícita, no es humana y no se corresponde con nuestras tradiciones.
Tal parece que ni el Gobierno ni nuestro país propiciaron la situación, pero es la que tenemos y con ella debemos lidiar. Debemos buscar apoyo, pero no podemos evadir la crisis. Afrontémosla con inteligencia, prudencia, diplomacia y humanismo. Cualquier otra cosa violaría nuestra singularidad democrática.
Rodolfo Piza R.
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