Ni olvido ni perdón
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 05 noviembre, 2007
Viví mi adolescencia durante los años 70 cuando se dieron las más sangrientas dictaduras de América Latina. Recuerdo particularmente el 11 de setiembre de 1973, cuando Salvador Allende fue derrocado por un golpe de estado bajo el mando del general Pinochet. O el 24 de marzo de 1976 cuando se instauró la primera de las cuatro juntas militares que gobernaron Argentina durante siete años.
También recuerdo el 20 de noviembre de 1975 cuando —luego de casi 40 años de dictadura— murió el general Francisco Franco en España.
Han pasado tres décadas desde entonces. Mi cercanía con Argentina —por mi familia— y con Chile —por mis amigos— me ha mantenido al tanto de cómo se manejó la justicia y la memoria luego de las sangrientas dictaduras.
En ambos países la sociedad civil y los tribunales no estuvieron siempre de acuerdo en cuanto a qué posición tomar con respecto al pasado.
En Argentina primero hubo un juicio marcado por la Ley de obediencia debida que dejó en libertad a todos los que “cumplían órdenes”. Luego vino la impunidad cuando Menem indultó a los militares. Posteriormente las leyes han sido revisadas y se encarceló a la mayoría de los responsables de una represión que hizo desaparecer a 30 mil ciudadanos, exilió a muchos y dejó marcados a todos.
En Chile la dictadura fue mucho más larga y el general Pinochet dejó todo legalmente arreglado para pasar a la historia con gloria e impunidad.
Fue a partir de la extradición solicitada por el juez español Baltasar Garzón en 1998, que Chile se vio obligado a reparar la memoria histórica, juzgándolo en su propio país. Hace poco encarcelaron y luego pusieron en libertad a su viuda y a todos sus hijos, ya no por la represión —que asesinó a 3 mil chilenos y mandó al exilio a muchos más— sino por enriquecimiento ilícito.
A propósito del Baltasar Garzón y sus solicitudes de extradición —no solo de Pinochet sino de algunos militares argentinos— llama la atención lo que los españoles decidieron hacer cuando por muerte natural la dictadura terminó.
La famosa transición pretendió la reconciliación de todos los españoles corriendo un tupido velo sobre el pasado. Tanto la justicia como la sociedad civil decidieron olvidar y perdonar, construyendo la democracia y la nueva España sin mirar atrás.
Hoy —treinta años después— el parlamento español acaba de aprobar la Ley de Memoria Histórica que condena la dictadura y amplía los derechos de todos los perseguidos durante cuatro décadas. Asimismo ordena eliminar los símbolos franquistas que aún existen
No todos los diputados españoles votaron a favor: el Partido Popular (PP) se opuso argumentando que la ley es contraria al espíritu de conciliación. El Partido Independentista Catalán tampoco está de acuerdo con la ley pues deja impunes los crímenes del franquismo
Así como todos debemos revisar nuestro pasado para ubicar los errores y no volver a cometerlos, las sociedades deben revisar su historia para poder construir un futuro libre de fantasmas.
Las heridas se cierran cuando se curan, dejando una leve cicatriz que recuerda el dolor. Si no se curan, nunca dejarán de supurar y el dolor permanecerá para siempre, no como un recuerdo sino como una tortura permanente.
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