No toquen la paz con las manos sucias
Humberto Pacheco [email protected] | Martes 02 octubre, 2012
TROTANDO MUNDOS
No toquen la paz con las manos sucias
Nos duele que una imagen de billete haya vuelto a abrir la discusión sobre la Revolución de 1948 y su sucesora, la de 1955, guerras fratricidas en las que no solo amigos sino familiares pelearon y murieron en bandos opuestos. Dicho esto, no podemos permanecer indiferentes ante quienes pretenden igualar a Rafael Angel Calderón Guardia con José Figueres Ferrer valiéndose del perdón- que no el olvido- que brindó a todos la excepcional paz que se dio tras esas guerras. La juventud de hoy se merece la verdad.
El primero, a quien al igual que don Beto Cañas le reconocemos su obra social, en un error descomunal desconoció la elección presidencial de Otilio Ulate; quebró el orden constitucional; autorizó el ingreso a nuestro territorio de tropas nicas que combatieron; echó a la calle unos matones extranjeros que asesinaron a los costarricenses que se oponían al golpe de estado; y dejó que la soldadezca le disparara a una multitud de gloriosas mujeres que marcharon un histórico 2 de agosto, exigiendo respeto por la elección y por la vida de sus maridos.
Como para muestra un botón, recordamos cuando esos matones patearon la puerta de nuestra casita en busca de Papá, quien para entonces se había unido a la lucha. Mamá, sola con sus dos güilas de siete y cuatro años, hubo de soportar la andanada de insultos, gritos y groserías que le lanzaron. Tras eso nos mudamos a Limón, a casa de nuestro tío José María Castro Odio, pero allá también se armó.
Como sí lo del 48 no fuera suficiente, en un segundo error descomunal Calderón Guardia se alió en 1954 con el dictador Tacho Somoza García, buscando derrocar al Presidente constitucional Figueres Ferrer, y provocó un nuevo derramamiento de sangre costarricense a principios de 1955. En ambas ocasiones el pueblo hizo valer la democracia.
Figueres Ferrer, por el contrario, se fue a las armas en busca de restaurar la democracia y la legalidad. Tras la victoria en el 48, por pocos meses manejó el gobierno con un equipo eminentemente civil y, tras enderezar la quebrada economía, fortalecer las instituciones que había creado Calderón Guardia, crear otras como el ICE y abolir el ejército, le entregó las llaves al presidente electo Ulate (tal precedente no se había visto nunca en América Latina).
Esos fueron los hechos. No corresponde interpretar en este espacio los incidentes que se dieron a lo largo de ese aciago período. Cierto que hubo algunos abusos de los ganadores del 48. Fue el resultado del odio que generaron los asesinatos y los abusos que precedieron la revolución. Nunca los hemos condonado, pero los entendemos y los lamentamos.
Los motivos de Calderón- quedarse en el poder por la fuerza y en segundo intento volver a éste por la misma vía- y de Figueres- restaurarlo a su legal tenedor- son diametralmente opuestos y marcan una sideral diferencia. Los vidas perdidas de ambos lados, culpa unilateral de quienes usurparon el poder, restan mucho más de lo que suma cualquier obra social.
Lo grande es que amigos y parientes se perdonaron y privó la paz. No toquemos más ese maravilloso resultado, menos aún por politiquería.
Lic. Humberto Pacheco A., M.C.L.
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