¿Y si pensamos distinto para votar mejor en las elecciones presidenciales de 2026?
La brújula ideológica está rota. ¿Qué la reemplaza?
Steven Guerrero [email protected] | Lunes 21 abril, 2025

Steven Guerrero
Profesor universitario y director del Clúster de Innovación tecnológica de Costa Rica
En el año 1789, en medio de la Revolución Francesa, los delegados de la Asamblea Nacional se dividieron físicamente: a la izquierda, los que querían transformar el orden establecido; a la derecha, los que deseaban conservarlo. Aquella disposición espacial es lo que dio origen a una clasificación política ideológica binaria que aún usamos más de dos siglos después. Pero lo que en su momento ayudó a entender un conflicto puntual, hoy está desfasado para explicar los dilemas que enfrenta la política en el mundo y en Costa Rica.
Durante siglos, la división entre izquierda y derecha funcionó como un GPS ideológico. Fue útil. Nos dio identidad, pertenencia, una brújula. Pero hoy, de cara a las elecciones presidenciales de Costa Rica en 2026, ese marco puede estar limitando más de lo que orienta.
Observemos a Nayib Bukele, en El Salvador, progresista digital pero autoritario en seguridad; Emmanuel Macron, en Francia, que transita entre liberalismo, tecnocracia y socialdemocracia según la coyuntura; Giorgia Meloni, en Italia, con un discurso identitario de ultraderecha pero alineada con la OTAN. ¿Dónde los ubicamos? El mapa ideológico está tan distorsionado que perdió su norte fijo.
Las agendas se mezclan: la izquierda habla de mercado, y la derecha, en ocasiones, reivindica una interpretación alternativa de la justicia social, aunque muchas veces vaciada de su sentido redistributivo. Ambas discuten sobre clima, identidad, tecnología. Las ideologías, como los liderazgos, se han vuelto líquidas. En este contexto, insistir en etiquetas rígidas es no solo impreciso, sino peligroso: reduce, polariza y niega los matices.
La geopolítica lo confirma. China comercia con capitalistas. EE.UU. defiende democracias pero también apoya autocracias, y practica un proteccionismo arancelario que contradice décadas de prédica neoliberal. Rusia coopera con izquierdas o derechas según le convenga. Las alianzas no son morales, son estratégicas. Y si los Estados negocian por intereses más que por principios, ¿qué nos queda a los ciudadanos?
En los últimos años, algunas conversaciones con profesores universitarios, pensadores públicos y líderes de opinión me han dejado claro que muchos comparten la sensación de extravío: el lenguaje político tradicional ya no alcanza. Identifican bien la confusión, pero pocos se atreven a plantear nuevas coordenadas. El riesgo es quedarnos en el cinismo de que “todo es relativo”, sin construir criterios colectivos.
Porque no se trata solo de desconstruir. Se trata de proponer. Si algo está obsoleto, preguntémonos: ¿qué lo reemplaza? ¿Qué tipo de liderazgos buscamos? ¿Qué políticas redistribuyen poder y bienestar? ¿Qué valores no deberían ser negociables, incluso en una era líquida?
Propongo que, más allá de izquierda y derecha, empecemos a discutir en otros ejes:
- ¿Esta propuesta amplía derechos o los restringe?
- ¿Distribuye oportunidades o concentra poder?
- ¿Cuida el planeta o lo explota?
- ¿Fortalece lo público o lo abandona?
- ¿Involucra a las personas o las reemplaza por algoritmos?
Costa Rica no puede darse el lujo de perderse en cinismos postideológicos importados. Necesitamos pensamiento político que construya futuro, no solo que critique el pasado. Tampoco se construye desde el insulto fácil, la descalificación de lo que ya existe o el desprecio por las instituciones que nos han sostenido. Decir que todo lo construido “no sirve” sin plantear con seriedad qué lo reemplaza no es valentía: es oportunismo. La decencia también importa, especialmente en tiempos de polarización. Y esa decencia empieza por la palabra, por el respeto a la investidura y por la altura del debate público.
Entiendo que en tiempos de enojo o decepción sea tentador aplaudir al que grita más fuerte, al que lanza insultos o “pone en su lugar” a los demás. Pero Costa Rica no se construyó desde el grito, sino desde la escucha. No es un acto de rebeldía celebrar la vulgaridad: es bajar el estándar de lo que merecemos. La crítica es necesaria, pero el desprecio por el diálogo solo nos aleja de las soluciones.
Esa misma decencia, junto con el respeto por lo público, el diálogo, el reconocimiento a lo ya construido y la búsqueda constante de su renovación, ha sido parte del alma cívica costarricense. Son esos valores los que deberían guiarnos también al votar, al debatir y al imaginar el rumbo nacional que queremos.
Porque si seguimos leyendo el presente con los lentes del siglo XVIII, nunca veremos con claridad el siglo XXI. Y en 2026, Costa Rica merece mucho más que elegir entre etiquetas: merece elegir entre visiones de país.