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Llorar sobre la leche derramada

Tomas Nassar [email protected] | Jueves 21 noviembre, 2013


Al paciente no se le cura su enfermedad matándolo, como tampoco la democracia se perfecciona optando por la dictadura


Vericuetos

Llorar sobre la leche derramada

La inmensa mayoría de los costarricenses de hoy nacimos después de la revolución de 1948.
Muchos de los menores de 50 años no saben por qué se ofrendaron vidas en ese episodio, ni quiénes fueron el Dr. Calderón y don Pepe, cuáles fueron sus obras, sus convicciones y la herencia que nos legaron.
¿Cuántos recuerdan que Federico Tinoco fue el último tirano de nuestra historia y que desde 1919 no vivimos una dictadura?
En los últimos 63 años, de 1948 a hoy, todos los otros pueblos centroamericanos han sufrido fratricidas e interminables guerras necesarias contra oprobiosas dictaduras que conculcaron por décadas sus más básicos derechos y les hundieron en la desesperanza.
Cuando nací, ya existían, desde 1943, el Código y el Ministerio de Trabajo, había sido promulgada la Constitución de 1949 que incluía las garantías sociales; el ejército había sido abolido y la Caja de Seguro ofrecía, a lo largo y ancho de nuestra geografía, medicina universal de primer nivel. Ya para entonces, el sistema legal me garantizaba también educación pública de calidad, gratuita y obligatoria, y me reconocía ese cúmulo magnífico de libertades por las que en otros lares moría, y muere, gente todos los días.
Pude estudiar gratis en la mejor universidad pública y hace muchos años, cuando una seria emergencia de salud lo exigió, mi tata fue internado, atendido y sanado, gratuitamente, en un hospital público; luego tuve la oportunidad de encontrar un trabajo, establecer mi práctica independiente y obtener los ingresos para pagar el préstamo que un banco del Estado me ofreció para comprar mi primera casa.
Soy libre. Nadie me impone decisiones, nadie me inculca odio a los que han tenido más éxito o más suerte que yo; nadie me impide escribir esta columna, criticar a cualquier político o funcionario y opinar sobre lo que quiera. Nadie me censura. Puedo ir donde quiera, sin restricciones, mi propiedad es respetada y tengo acceso a la Justicia en la que confío.
Vivo en un País en que puedo elegir mis gobernantes mediante un sistema electoral en cuya probidad creo, donde liberales y chavistas tienen idénticos derechos y donde nadie es perseguido por sus ideas.
Muy joven marché en contra de ALCOA en un acto de absoluta responsabilidad ciudadana, con la misma libertad con que ahora otros, con profunda irresponsabilidad ciudadana, pueden impedirme el tránsito, cerrar puertos y abandonar a miles de pacientes que no son atendidos u operados en los hospitales.
Voté por el TLC, por convicción, pero pude votar en contra sin perder mi trabajo, ni ser política y socialmente estigmatizado. Me opuse al combo del ICE, pero pude haberlo apoyado libre y públicamente.
Nadie me ha inquietado, jamás, por lo que pienso, lo que digo, lo que escribo y lo que hago y no tengo más límite que el respeto a los demás, la Constitución y las leyes y mi propia integridad.
Soy un afortunado porque nací en este país, en libertad y democracia, como cientos de miles que han tenido las mismas oportunidades.
En este país que venero, hay todavía muchas cosas que mejorar y corregir, pero jamás desconocería el valor de la democracia, en la que aún confió como el mejor sistema posible y al que defenderé con ahínco y convicción, aunque no haya tenido que luchar por ella.
Al paciente no se le cura de su enfermedad matándolo, como tampoco la democracia se perfecciona optando por la dictadura. No vayamos, demasiado tarde, a llorar sobre la leche derramada.

Tomás Nassar

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