¡Auxilio! ¡Tengo que graduarme!
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 29 septiembre, 2008
Claudia Barrionuevo
Ser trabajador independiente es una esclavitud. La gente cree que uno es libre: sin horarios, sin ataduras, sin jefe. Mentiras. Trabajar “free lance” —como se dice en inglés— provoca desesperación y angustia. Desesperación cuando no se tiene trabajo. Tal vez muchos crean que uno se la pasa en la playa mientras aparece el próximo desafío laboral. No, uno vive desesperado, alargando los cincos, sin capacidad de disfrutar del desempleo.
La angustia aparece al mismo tiempo que las propuestas laborales. Uno no puede decir que no a nada: cuando el trabajo viene, viene y hay que asumirlo y apechugar con él. ¿Que no hay tiempo para comer ni para dormir? Salado, ya dormirá y comerá uno más adelante, cuando esté nuevamente desempleado y la desesperación le quite el hambre y el sueño.
Más cercana a los 50 que a los 40 retomé algo que había abandonado 25 años atrás: mi tesis de licenciatura. Decidí hacerlo justamente por la angustia laboral y económica, pensando que —tal vez— con un título las posibilidades de un trabajo estable sean más amplias y —quién sabe— algún día logre disfrutar de una pensión —por supuesto mínima a causa de mis escasas cotizaciones ante la CCSS—.
Hoy me debato entre múltiples oficios: ser ama de casa, madre, directora, productora, guionista, dramaturga, directora de escena, articulista y pretendo en medio de todo eso elaborar un anteproyecto de tesis. ¡Auxilio!
Nunca le di importancia al título académico. Para ser creadora, dramaturga, directora de escena, no es indispensable ser master o doctora.
Tengo autodisciplina: puedo pasar horas frente a la computadora —de hecho las paso y prueba de ello son mi espalda maltratada y mi vista deficiente— realizando escritos creativos: guiones, obras de teatro y artículos. Pero un anteproyecto de tesis me resulta más difícil que aprender alemán en 12 lecciones. Estoy segura de que lo lograré: aprender alemán, lo de la tesis quién sabe. Después de todo siempre he tenido facilidad para los idiomas y una negación absoluta para el trabajo académico. No solo desconozco sus reglas: no las comprendo.
Creo a partir de mis vísceras. De mi hígado cuando la indignación me lo golpea. De mi corazón cuando las emociones me atiborran. De mi estómago cuando lo injusto me subleva. De mis pulmones cuando la angustia me impide respirar. De todo mi aparato reproductor femenino cuando la feminidad me inunda de hormonas. Y sí, todo eso no está en realidad en las vísceras sino en el cerebro. Pero no en un cerebro intelectual que elabora procesos de organización sistemática, sino en un cerebro femenino, que interrelaciona permanentemente los dos hemisferios y llega a conclusiones posiblemente racionales conectadas directamente con lo emocional. Y se siente en las vísceras. En todas. ¿Cómo racionalizar ese proceso? Eso es lo que tengo que hacer. Y no sé cómo.
Hace algunos días, dando indicaciones de dirección, una actriz me pidió que repitiera más despacio lo dicho y me aclaró: “Yo lo que tengo es Ta-Lento”. Ahora, enfrentada a mi anteproyecto de licenciatura, puedo afirmarlo: yo lo que tengo es Ta-Lento.
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