CONCIERTAZO.
Tomas Nassar [email protected] | Jueves 28 julio, 2011
VERICUETOS
CONCIERTAZO.
No recuerdo si el último concierto al que asistí fue alguno de los Vikingos en el Cine Capri o, probablemente, de Juan Manuel Serrat en el Centro de Recreación de la UCR, que dicho sea de paso se daba su vuelta por San José con bastante frecuencia.
Lo cierto es que ya tenía mis lustros sin participar en ellos, habiéndome perdido por mi propia voluntad y sin ningún tipo de arrepentimiento, esa avalancha de roqueros, salseros, rancheros y toda otra pléyade de megaconciertos que ahora pululan en San José y que nos dejan limpios de cuando en cuando.
Me decidí a romper este martes pasado mi autoimpuesto ayuno musical, no se fuera a decir que entre más viejo más amargado, solo para ir a un evento de grupos criollos de lo mejor que ha tenido la música nacional.
Juemialma, que clase de conciertazo se jalaron esos “carajillos” (de los de antes) que se reunieron en el Melico Salazar.
Una llamada de última hora para intentar conseguir boletos, con resultado negativo, y la longitud de la fila de melancólicos y nostálgicos, presagiaron lo que fue el evento: tres horas cargadas de recuerdos de tiempos que, para nosotros, son inolvidables e irrepetibles. Conforme pasan los años se va haciendo cada vez más cierta la sentencia de que todo tiempo pasado fue mejor.
Ciertamente, como en justicia divina tenía que ser, fue abundante la asistencia de jupas pelonas y canosas otrora cabelleras “glostora”, de pava o copetón. ¿Cómo iba a ser de otra manera si los dueños del escenario eran los mismísimos que compusieron y ejecutaron esas canciones, rítmicas y melodiosas, con que fuimos a la escuela y el colegio, con las que sufrimos las primeras cuitas de amor o con las que nos copamos con la carajilla más linda del barrio en el Marbella, o en La Deriva después de un forzudo pulso que nos dejaba (a los dos) los brazos arratonados.
Esas mismísimas canciones variopintas, roqueras y acarameladas, que bailamos los domingos en las tardes juveniles de Teburi, o en La Troja, Zeus o, los más viejillos, en el Sapo Triste, ahí por la parada de buses de Cartago.
Claro que pulularon los bastones y los caminantes de media pata ya afectados por desgastes irrecuperables de columna, rodilla, tibia y peroné, pero vieran ustedes que nutrida estuvo la concurrencia de verdaderos carajillos, en edad y apariencia, tan entusiasmados como los más rocos, que entonaron los himnos de nuestra juventud con pleno conocimiento de letra.
El concierto nos llevo de vuelta, por un rato, a una época más llana, en la que San José era un pueblote y nosotros, como decía don Constantino Lascaris, un montón de “cartagos” simplones a los que hacía felices cosas más sencillas, porque a falta de Shakira nos conformábamos con Camelia “La Bandida” presentada por Enrique Guzán, Tortugo o Pomponio, en aquellas tandas nocturnas irrepetibles en los cines de la capital.
Los Thunder Boys, Vía Libre, Orlando Bertarini, el ex de Abracadabra y el maestrísimo compositor Ricardo Acosta con sus Gatos, nos regalaron una noche de retorno que no vamos a olvidar por mucho tiempo.
Otra, otra, otra….
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