Cuando el miedo nos hace autocensurarnos
Marilyn Batista Márquez [email protected] | Lunes 21 agosto, 2023
“Siento un susto en el corazón”. Esa frase fue pronunciada por mi hijo Miguel cuando tenía aproximadamente cinco años, al presenciar un apagón que dejó en penumbra el apartamento en donde vivíamos.
La luz que entraba por la puerta de cristal contigua al balcón, se confabuló para crear sombras de monstruos, algunos con forma humana y otros -según el pequeño- con cuerpos de dinosaurios. Se aferró a una de mis piernas y no quería moverse. Temblaba. Le respondí “Mi amor no tengas susto. ¡Ataquemos a los monstruos y dinosaurios”!, y fingí tener una espada que atravesaba esos cuerpos transparentes fantasmagóricos, y los aniquilaba. Él hizo lo mismo, y en poco tiempo “se le fue el susto en el corazón”.
El miedo, esa sensación de incomodidad, duda, angustia y desconfianza hacia lo que creemos es negativo, malvado o perjudicial, es considerado un sistema de alarma que activa el cerebro cuando detecta una amenaza real o imaginaria. El miedo altera nuestro comportamiento, al generar cambios físicos y emocionales.
La mayoría de los miedos son aprendidos y están asociados a estímulos externos, como sostenía el controvertido maestro espiritual Osho: “La sociedad, la iglesia, el estado, quieren que todos vivan en una condición de miedo constante. Miedo a lo conocido, miedo a lo desconocido, miedo a la muerte, miedo al infierno. Miedo a no ir al cielo, miedo a no dejar tu nombre en el mundo, miedo a no ser nadie. Todo el mundo desde tu nacimiento crea miedo a tu alrededor. Ningún niño nació con miedo. Cada niño nació con libertad, duda, rebelión, individualidad, inocencia; todas grandes cualidades”.
El miedo puede provocar que dejemos de hacer cosas que antes hacíamos, por ejemplo, ir a determinados lugares, acercarnos a ciertas personas y expresarnos con libertad. Y es la última la que más me preocupa, porque impide manifestar nuestro pensamiento y opinión por temor a las consecuencias.
La situación se vuelve peor cuando un periodista o columnista limita su libertad de articular opiniones, comentarios e ideas, por miedo a represalias, censura o sanción, porque frena una acción consustancial a una profesión y a la vida humana. Esta situación propicia que la autocensura emerja como alarma de protección a la integridad física y emocional de la persona.
Existen tres razones por las cuales un periodista podría autocensurarse, la primera, para alinearse al “pensamiento dominante” del medio de comunicación que probablemente responda a sectores poderosos conservadores, como el ejército, la iglesia e influyentes capitalistas; la segunda, cuando el otro gran poder, el Gobierno, limita la libertad de expresión mediante legislación, o en forma solapada, a través actitudes y directrices que provocan desprestigio, rechazo y aislamiento profesional; y la tercera, -vinculada a la primera y a la segunda- debido a las expresiones colectivas de odio que incitan hostilidad, discriminación y violencia hacia el comunicador.
Cuando el periodista se autocensura, limita o pierde la capacidad de cuestionar las acciones, normas y actitudes del entorno, matando el espíritu crítico que debe caracterizar el ejercicio de su profesión. A su vez, como efecto dominó, los lectores, radioescuchas, televidentes y cibernautas dejan de recibir o reciben en forma restringida información que no les permitirá llegar -de manera lógica- a conectar ideas, forjar una opinión o tomar una posición razonada.
Tengo la sensación que en Costa Rica algunos periodistas han moderado su tono -antes incisivo ahora “neutro”-; profundizan menos, cuestionan menos, evitan la confrontación, la crítica y los temas que podrían generar controversias.
Cuando el miedo provoque la autocensura y limite ejercer esta profesión con total libertad, pasando de “algunos” a “muchos” los comunicadores profesionales que no se atreven a hablar, escribir, valorar, juzgar, exponer, creer, considerar y estimar con independencia y albedrío, es el momento de sacar una espada y atacar los cuerpos transparentes fantasmagóricos de monstruos y dinosaurios, para que puedan aniquilar el susto en el corazón.
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