De la división y el insulto, al equilibrio y al respeto
Rodolfo Piza | Miércoles 19 octubre, 2016
De la división y el insulto, al equilibrio y al respeto
Nuestra sociedad está ciertamente dividida en múltiples temas. Una tarea ineludible es dar respuestas a las interrogantes que reflejan esa división: ¿Cómo avanzar en la protección del medio sin desnaturalizar los atributos esenciales de la propiedad? ¿Cómo garantizar reglas urbanísticas sin restringir la libertad de empresa o impedir la construcción de viviendas? ¿Cómo lograr la igualdad de derechos de las personas con preferencias sexuales diferentes sin renunciar a la defensa de la familia y del matrimonio entre hombre y mujer? ¿Cómo apoyar la vocación de paternidad de parejas que no han podido tener hijos, sin destruir ni comerciar con la vida del nasciturus? ¿Cómo combatir el narcotráfico y la drogodependencia sin encarcelar a los drogodependientes y promoviendo su rehabilitación? ¿Cómo atraer, abrir empresas y crear empleo, sin violentar derechos laborales y asegurando “trabajos decentes” en nuestros campos y ciudades? ¿Cómo garantizar una vida y una muerte dignas sin caer en la eutanasia? ¿Cómo combatir la corrupción sin entrabar la legítima función pública? ¿Cómo apoyar y garantizar la competitividad de nuestros productores sin violentar las reglas del comercio internacional? Etcétera.
Aunque les pese a los profetas del pesimismo, creo que es posible lograrlo. Para ello se necesitan dos cosas: a) Que no se premie a nadie por insultar al contrario o por romper el naipe, b) Que se promueva a aquellos dispuestos a respetar las diferencias y ceder un poco en el proceso de diálogo. Necesitamos que todos los líderes democráticos arrimen el hombro y que los costarricenses nos atrevamos a impulsar acuerdos, aunque no representen el 100% de nuestras preferencias.
La tarea es titánica, sobre todo porque hoy, en las redes sociales, en los medios y en el ambiente político, todo parece reducirse a declaraciones simplonas y radicales.
En ese ambiente, los que piensan diferente son atacados ferozmente, atribuyéndoles posiciones que no han tomado ni defendido. Cualquier persona que levante una bandera o proponga una idea, será objeto de ataques sin piedad. Ya ni siquiera se les baja el piso, se les insulta y denigra hasta la saciedad, con el objeto de amedrentar a los “decentes” para que se abstengan de irrumpir en la vida política y social. De esta manera, dejarán el espacio libre a los “carebarros”, pues a ellos los insultos les vienen flojos. Su negocio no depende de la buena reputación, sino de ejercer el monopolio del poder.
Ya casi no se debaten propuestas, sino acusaciones personales (con o sin sustento). Y como toda gran mentira está fundada en una parte de verdad que la hace creíble (expresión atribuida a Cicerón), ella se distorsiona y se construye una gran mentira a partir de ella. No se pide el voto destacando las cualidades personales de los candidatos, sino tratando de destruir la reputación de los contrarios.
Las democracias admiten circos, pero no se reducen a ellos. Se necesitan acuerdos y equilibrios, salvo en la ética y la corrección en la función pública. Ahí hay que ser muy estrictos (la moral no admite dobleces). Pero en las políticas públicas, es necesario concertar y no dejarse llevar por los insultos ni por el pesimismo. Todavía estamos a tiempo.
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