El problema no está ni en las manos ni en los huevos
Marilyn Batista Márquez [email protected] | Miércoles 19 junio, 2024
“Que le corten las manos y le arranquen los huevos a ese desgraciado”, decía enardecida doña Nela cuando vio el video del presunto asesino de Nadia Peraza, acomodando en un camión la refrigeradora con partes de restos humanos. Días después se confirmó que era el cuerpo de la chica desaparecida.
Mi respuesta a doña Nela fue la siguiente: “Los femicidas no tienen problemas ni en las manos ni en los huevos; el problema está en su cabeza, en la forma en que piensan y en la forma en que ven a las mujeres”. No quedó satisfecha con mi breve explicación.
Semanas después saltó a la luz otro femicidio, el de Jenny Bastos asesinada vilmente por su esposo, quien le propinó un tiro en la cabeza. La víctima sufría violencia doméstica y hasta tenía medidas de protección. Otra vez Nela aseveró – y con más ímpetu- que esos asesinos deben recibir castigos dolorosos. “Que los lleven a la plaza, le tiren piedras y cuando estén jodidos en el suelo, le saquen los ojos, le arranquen los huevos y hasta el corazón a esos hijos de pu….”
Ahora sí me tomé el tiempo y comencé explicarle que Costa Rica es signatario de lo que se conoce como la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles y de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que proclaman que nadie puede ser sometido a tortura ni a tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes…y que arrancar los huevos, el corazón o apedrear a una persona es un tipo de tortura.
“A mí no me importa lo que haya firmado este gobierno o los demás que han pasado, pues que rompan lo que firmaron y despellejen públicamente a esos animales, para que vean que tienen que aprender a respetar a las mujeres a las buenas o a las malas”.
Me di cuenta que tenía que bajar el “nivel intelectual” de mi discurso, e intentando ser prudente comenté, que algunos hombres, antes de convertirse en violentos asesinos, han mostrado conductas de personas controladoras, manipuladoras y celosas, que podrían modificarse, si reciben terapias con un siquiatra o sicólogo. “Qué terapia y qué terapia, perro que come huevo ni quemándoles el hocico”, dijo mal humorada.
Consciente de que existe poca evidencia de que los femicidas puedan reeducarse y reinsertarse a la sociedad, sin que vuelvan a agredir a las mujeres, dejé el argumento con perspectiva de derechos humanos y sanación, ante estos hombres despiadados, que sabemos que en segundos pasan del maltrato verbal al físico (algunos en forma escalonada) con extrema violencia, y argumenté que es importante que las mujeres los denuncien y se aparten totalmente de ellos.
Continué explicándole que, como nosotras vivimos en una sociedad desigual, en donde generalmente estamos subordinadas a los hombres, esta relación social de autoridad y dependencia, genera irrespeto, violencia y crueldad.
Mencioné que tenemos que seguir educando sobre la igualdad de género y la inclusión, porque en el mundo cada año mueren asesinadas unas 66 mil mujeres, a pesar de todos los tratados internacionales, leyes y campañas que han creado y difundido muchos gobiernos y diversos grupos de feministas; que durante el 2023 y 2024 en América Latina y el Caribe, se registraron 5973 feminicidios, y que éstos dejaron huérfanos al menos 2647 menores de edad. Le dije que en Costa Rica se duplicaron los femicidios entre el año pasado y éste, y que castigar físicamente a una persona no era la solución al problema. Insistí en la educación como herramienta de prevención de maltrato y femicidios.
Sin embargo, nada de lo que argumenté aclaraba la razón por la cual se comete esta barbarie. Tampoco pude encontrar causas y fundamentos que arrojarán luz sobre el aumento de femicidios en Costa Rica.
Luego de un breve silencio le dije, doña Nela, “Esta situación de supremacía y control del hombre sobre la mujer, este tipo de violencia solo se puede cambiar desde el hogar, con el apoyo del sistema educativo y también de la iglesia. Si desde la casa, el aula y el púlpito compartimos los valores de la igualdad y el respeto a todos los seres humanos, estoy segura que vamos a tener una sociedad con hombres que no van a matar a las mujeres”.
La Nela se quedó en silencio, reflexionando. Pensé que mi discurso “peace and love” había concluido. Diez minutos después de mi última palabra, se acercó y me dijo con la cara más seria que le había visto: “Sigo opinando que le deben cortar las manos y los huevos”.
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