El precio de la indolencia
Tomas Nassar [email protected] | Viernes 10 junio, 2016
Como sociedad hemos llegado a ser como el episodio en que Weena, una “eloi” que habita la tierra en el año 802701 que padece un calambre mientras nada en el río y, a pesar de sus gritos de desesperación, sus semejantes no hacen nada para rescatarla
Columna: Vericuetos
El precio de la indolencia
La indolencia o incapacidad de sobresalto o reacción ante las circunstancias, parece ser el diagnóstico de todos los males que nos aquejan como nación y que, visiblemente enfermos, lo padecemos personal, colectiva e institucionalmente.
Parece que hace falta un análisis profundo de las causas de esta pandemia que nos tienen al borde del exterminio de nuestras voluntades y que he oído a muchos atribuir, de alguna manera, a esa oferta de bienestar colectivo bajo la que los costarricenses hemos vivido, básicamente desde la Constitución de 1949 en que el Estado se convirtió en proveedor de nuestras necesidades primarias.
Lo que es terrible es cómo esta lenidad colectiva contagió al Estado hasta los tuétanos haciéndolo no solo incapaz de cumplir su papel, porque los políticos y los administradores también son indolentes sino, lo que es peor, sin que nadie de la nomenclatura reaccione para sacarnos de esta languidez inconmensurable y suicida.
No integramos un Estado ya fallido por misericordia divina, pero somos una nación postrada por la indolencia, quizás sin ser fatalista, una colectividad en vías de la imposibilidad de atender y resolver sus propios problemas.
A qué otra causa podemos atribuir la inacción ante los terribles problemas cotidianos que enfrentamos todos al abrir la puerta de nuestros aposentos por la mañana, que como una ráfaga de viento gélido nos hace dudar si sería mejor encerramos detrás de las cortinas para huir de la realidad.
Por qué es, hoy en día, la pregunta imperdible en la mente de los costarricenses. "Por qué" es el adverbio interrogativo favorito, el que se eterniza ante la absoluta falta de una respuesta a los temas que día a día van deteriorando la calidad de nuestra vida.
¿Por qué seguimos con el problema de la platina? ¿Por qué los empleados de la CCSS son indolentes ante el dolor y el sufrimiento de quienes pierden sus citas y sus operaciones por sus huelgas injustificadas? ¿Por qué hay que morirse esperando una cita en los hospitales públicos? ¿Por qué no se adoptan medidas drásticas ante los embotellamientos viales que ya tienen ribetes de emergencia nacional? ¿Por qué se libera a los presos para que reincidan en lugar de construir más y más seguras cárceles? ¿Por qué el PAC cambió su agenda no más llegando al poder? ¿Por qué los diputados no buscan un acuerdo nacional en pro de Costa Rica? ¿Por qué el extremo privado del chorizo de la corrupción privilegia sus ganancias inmediatas a sabiendas del daño que se hace a la institucionalidad y la democracia? ¿Por qué no se enfrenta con seriedad y responsabilidad el gasto público para acabar con privilegios, viajes, pluses y toda otra clase de prebendas que pagan los contribuyentes? ¿Por qué todo lo que sucede en la Costa Rica de hoy no nos importa mientras no nos afecta directamente? Y, lo más grave, por qué nadie hace nada si todos somos conscientes del deterioro de nuestra nación?
Como sociedad hemos llegado a ser como el episodio en que Weena, una “eloi” que habita la tierra en el año 802701 que padece un calambre mientras nada en el río y, a pesar de sus gritos de desesperación, sus semejantes no hacen nada para rescatarla.
Esta escena de “La Máquina del Tiempo”, la novela del británico Herbert George Wells, publicada en 1895 parece ser premonitoria de la Costa Rica de nuestros días.
No deberíamos dejar que Costa Rica se ahogue como Weena, sin que hagamos algo por salvarla. Al fin y al cabo, todos nos ahogaremos con ella.
Tomás Nassar
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