Mi abastecedor de lotería (2)
Nuria Marín [email protected] | Lunes 14 mayo, 2012
Creciendo junt@s
Mi abastecedor de lotería (2)
Recibí una de esas que denominaría como llamada extraña. Al otro lado del teléfono un emocionado interlocutor me preguntaba si yo era la hija de José Marín Cañas, a lo que le respondí, que no, que era su nieta. Me dijo, quiero mandarle la columna en que su abuelo escribió sobre mí.
En esta mi abuelo plasma su relación con quien se convertiría por varios años en su abastecedor de lotería, de ahí el nombre de la columna. A mi difícilmente impresionable abuelo, le había resultado simpático que un intrépido vendedor de no más de 14 años y chispeante personalidad le aceptara como medio de pago un cheque.
De ahí nacería no solo una relación comercial basada en la venta de números “muy bonitos” como los engalanaba el ocurrente vendedor y que lamentablemente no resultaron en fortuna, pero que devino en una apreciada e intermitente amistad en el transcurso de los años.
Un día, sin más explicación le dijo, “ya no vendo más lotería.” Al tiempo volvió pidiendo ayuda, había entrado al Liceo y necesitaba una serie de libros y datos sobre personas de letras cuyas vidas estaba estudiando.
Tendrían que pasar más años para un nuevo encuentro que motivó su columna. Desaparecidas su juvenil vehemencia y apariencia había surgido un hombre de verbo coherente, maduro y de firme resolución. Ese día le contó:
“Estoy en el Liceo. En el diurno. Este año voy para cuarto y el año entrante, si Dios quiere, hago el bachillerato. También estudio en el Conservatorio. Conseguí una beca y asisto a clases de teoría, solfeo y piano. Me gusta la música y hay que aprender de todo. Soy miembro del Movimiento de juventud católica que dirige el padre Poll, y eso le sirve a uno de mucho, porque las relaciones con los demás amigos dejan muchas cosas que no se aprenden en los pupitres. Esa es la vida, y de la vida se sacan enseñanzas. Yo dejé de vender lotería porque estaba haciéndome grande y la gente no piensa “ese muchacho trabaja vendiendo lotería”, sino que “ese tipo quién sabe de cuál barrio viene.” Me daba pena. Ya era liceísta y tenía que cuidar el concepto que los demás iban a formar de mí”.
Mi abuelo se animó a preguntarle qué iba a estudiar después, a lo que le contestó, que tal vez se haría sacerdote pero que sería difícil pues quería estudiar algo que le permitiera empezar a trabajar y ayudar económicamente a sus tres hermanos menores para que se hicieran bachilleres.
En ese momento mi abuelo con paternal afecto, le deseaba lo mejor pero se preguntaba cómo lo trataría la vida, ¿asistiría a la universidad, se haría sacerdote, podría ayudar a sus hermanos? Lo que no dudó fue en reconocer que aquel osado mozalbete se había convertido en un “hombre total y unánime.”
Pues querido abuelo, hoy me tomo la libertad de continuar tu historia. Aquel muchacho que te vendía la lotería, con grandes sacrificios se hizo profesional, el país perdió un sacerdote y ganó un abogado y por esas cosas de la vida y del destino, Guillermo y yo fuimos contemporáneos en la universidad.
Nuria Marín
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