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De prioridades y narrativas

Ennio Rodríguez [email protected] | Martes 20 febrero, 2018


De prioridades y narrativas

A una joven somalí, estudiante de doctorado en Londres, quien participa del movimiento lésbico, le preguntaron si haría su tesis sobre ese tema en su país de origen. Muy firme respondió que el hambre y la violencia vienen primero y, agregó, “somos muy pobres para la política de la identidad de género”.

Nuestra Costa Rica fracturada, en busca de una narrativa que nos una como nación, que nos permita articular una refundación alrededor de una recomposición del bien común, se apresta a nuevas elecciones. El país está dividido entre la GAM y el resto (especialmente las zonas costeras y limítrofes); con ciudades también escindidas entre los asentamientos en precario y los barrios formales; una población educada y 2,7 millones de personas adultas que no han terminado secundaria; una dinámica de los mercados de trabajo informales (43%), sin cumplimiento de las leyes laborales ni la seguridad social y mercados formales que demandan alta calificación; una población joven que, en ocasiones, aun siendo calificada, enfrenta niveles altos de desempleo (mayores al 25%); y una creciente población adulta mayor en condición de pobreza y otros protegidos por el IVM y pensiones de lujo, entre otros factores de fragmentación; en fin, un conjunto de variables que se conjugan para resultar en indicadores de concentración de la riqueza y aumentos sostenidos en el número de familias en condición de pobreza.

El aumento de la criminalidad y la violencia, en escalada evidente, afecta desproporcionadamente a las zonas y hogares más vulnerables socialmente. No lo sufre de igual manera un joven vecino de San Pedro de Montes de Oca o de Escazú, cuyos riesgos han aumentado, que una joven de Los Guido, el Infiernillo o la Guararí, quien conoce cada día las amenazas y el acoso de las pandillas, incluso para dirigirse a su trabajo, centro de estudio o regresar a su casa.

Esa Costa Rica fragmentada y violenta se ha polarizado adicionalmente por el fallo de la CIDH y el contenido de las guías de educación sexual. Acá no pudimos responder como la joven de Somalia y decir que debemos resolver primero la pobreza y la violencia antes de preocuparnos por la política de género. Muchas personas urbanas y con alto nivel educativo, ahora se definen como progresistas únicamente por el apoyo al matrimonio igualitario y a las guías de educación sexual tal como las implementó el MEP; la fragmentación de la sociedad costarricense pasó a segundo plano y con ella el análisis sobre la reversión de las políticas públicas que refuerzan las causas estructurales de las divisiones nacionales, así como el contenido de las políticas de seguridad ciudadana. La narrativa electoral de la primera ronda se centró en visiones polarizadas de la política de la identidad de género. El PUSC y el PLN sobrevivieron gracias a estructuras relativamente consolidadas. De cara a la segunda ronda ambos se van a escindir.

Los determinantes del voto son emocionales en una gran medida, y mucho tendrán que ver con las narrativas que construyan los candidatos y su capacidad de conectar emocional y racionalmente (o con verdades alternativas) con las percepciones de las personas sobre sus realidades y las del país, y los valores y creencias predominantes. Ahora bien, conforme transcurra el tiempo y nos acerquemos a la fecha de las elecciones de la segunda ronda, debemos también tener una discusión más serena de las prioridades nacionales, de tal manera que empiecen a emerger narrativas de recomposición de las políticas públicas hacia el bien común, tanto para atender las razones estructurales de nuestra fragmentación como sociedad, la atención ineludible de las crisis fiscal y de seguridad, como para abordar, inteligentemente, la construcción de una posición equilibrada en los temas de género.

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