De lo curioso de nuestras expresiones
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 29 octubre, 2012
De lo curioso de nuestras expresiones
He aprendido de mi amiga Sofía expresiones ticas que me fascinan. Mi preferida por críptica y mágica: “se revocó la sentencia”. Un bálsamo esperanzador: “las cosas pasan por algo”. Una forma (ya antigua) de expresar la pena: “Achará”.
Hay oraciones que me gustan aunque odio usarlas mecánicamente. Desde hace años nuestro país se identifica tanto para los extranjeros como para los nacionales con el “pura vida” que aunque no se originó en Costa Rica (al parecer fue creada o repetida por el cómico mexicano Tin Tán) hace tantas décadas que la adoptamos que ya nos pertenece.
Lo que me molesta es cómo la usamos. O más bien me irrita cuando yo la uso y es una mentira absoluta: “¿Qué tal, cómo estás?” me preguntan y yo respondo “pura vida”. ¿Por qué contesto así si me siento tan mal? No es cuestión de estarle enrostrando a la gente nuestras desgracias, pero sería más sincera, y no agresiva, si contesto “ahí vamos”. No siempre lo logro.
Otra clásica oración al confirmar una cita. Uno afirma “nos vemos el lunes” y nuestra contraparte responde, “si Dios quiere”. No, perdón, el que quiere o no llegar al encuentro es usted y claro, lo puede atrasar una huelga de transportistas, una presa inesperada, una llanta que se estalla o accidentes peores. Cualquiera de estos eventos: ¿son deseados por Dios? No es cuestión de tener fe o no. Primero: los humanos provocamos casi todo lo que nos atrasa y segundo: Dios debe estar muy ocupado como para impedirnos llegar o no a una cita.
Una más: el concepto del tiempo que se minimiza al igual que todo se hace pequeño en Costa Rica. “Ahorita regresa” y vuelve en 10 meses; “ahorita es Navidad” y estamos en julio; “ahorita te curás” y estás a punto de morirte; “ahorita te olvidás” y faltan 19 días y 500 noches como diría Sabina.
Y no voy a hablar de expresiones como “le regalaron” o “se mejoró” porque, afortunadamente no las he vuelto a oír. La primera minimizaba la labor de parto o la recuperación de una cesárea; la segunda evocaba una enfermedad.
Pero la expresión que más me irrita, por lo confuso de su definición, es la que califica a alguien de “buena gente”. Muchas veces escucho a alguien referirse a una persona como “buena gente” y pienso: ¿Cómo buena gente? Es egoísta, traicionero, mentiroso, cruel, incapaz de querer a nadie y menos de aceptar sus errores… ¿cómo puede ser calificado con ese adjetivo?
Después de pensarlo un poco comprendo que, no es solo desconocimiento de la personalidad real de ese ser, es que, en Costa Rica, ser buena gente es sinónimo de simpático y/o encantador. No significa que sea una buena persona. Es solo alguien que socialmente divierte.
Muchas, muchos “caen mal”. Son antipáticos por timidez, por falta de inteligencia emocional, por inseguridad y algunos, la mayoría, son excelentes personas. Generosos, solidarios, consecuentes, responsables… en definitiva: buena gente.
Aprendamos a distinguirlos sin que nuestras expresiones automáticas los definan.
Claudia Barrionuevo
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