Don Juan Diego Castro, no juegue con la honra ajena
Ennio Rodríguez [email protected] | Martes 09 enero, 2018
Don Juan Diego Castro, no juegue con la honra ajena
Don Juan Diego, se presenta usted al electorado como el político diferente, el antisistema, pero en su afán de llegar a la Presidencia, recurre a las artes más bajas de la política tradicional.
Menciona usted, en declaraciones dadas a LA REPÚBLICA, que fui despedido del Banco Hipotecario de la Vivienda por haber firmado una facturita millonaria. Nada más lejano a la verdad.
Don Juan Diego, no engañe a los costarricenses manchando la honra ajena. Esa no es la manera de pretender la primera magistratura de la República. En cuarenta y tres años de vida profesional, en el país y en el extranjero, nunca, le repito, nunca, he sido despedido de ningún trabajo. No le voy a permitir a usted ni a ninguna persona que juegue con mi honor profesional y menos por sus aviesas estrategias para cumplir sus ambiciones presidenciales. Construya don Juan Diego, es lo que la patria demanda. No juegue con verdades alternativas. No es así como le va a ganar a don Antonio Álvarez Desanti, de quien, en efecto, me precio de ser su cuñado por 49 años; estoy casado con su hermana mayor desde hace más de 44 años, luego de cinco años de noviazgo.
La factura que usted menciona, quiero que sepa que, en efecto, fue firmada y pagada por mi persona de mi propio peculio. No usé recursos públicos.
En su momento, renuncié del Banco Hipotecario de la Vivienda por cuanto el escándalo que me montaron no cesaba y no quería ver detenidos o afectados importantes programas que habíamos iniciado. Entre ellos, el Programa de Vivienda Indígena, mediante el cual habíamos dotado de más viviendas a familias indígenas en solo tres años, que en toda la historia anterior del Banhvi, siempre con respeto a sus tradiciones y preferencias. También habíamos introducido, diseñado y comprometido los recursos (veintidós mil millones de colones en solo un año), lo cual requirió la coordinación efectiva de al menos cuatro instituciones, para un novedoso programa de bono comunitario para beneficiar a miles de familias que vivían en asentamientos consolidados (o precarios como se les conoce), el cual acompañábamos de erradicación de tugurios en esos barrios; lo veíamos no solo como una obligación ética de la sociedad, sabíamos que iluminación, parques, tratamiento de aguas residuales y otras obras contribuyen con la prevención de la violencia. Introdujimos agilidad en el Sistema Nacional de la Vivienda mediante nuevas modalidades tales como la compra de viviendas terminadas. En el campo financiero también habíamos iniciado reformas importantes para el financiamiento de la vivienda popular en Costa Rica.
Estas, y muchas otras iniciativas que habíamos promovido, estaban en juego por la distracción política que significaba la campaña orquestada contra mi persona. Para proteger estos programas y por reconocer que la elección del restaurante fue un error de mi parte y, a pesar de que había responsabilidades compartidas y de que al Estado no le había costado nada, asumí solo las consecuencias, renuncié y me fui para la casa. Nunca he rehuido mis responsabilidades. Así entiendo la función pública.
Aprovecho para mencionarle que el día siguiente recibí dos ofertas de trabajo de parte de bancos de desarrollo internacionales, acepté una de ellas y me regresé a Washington D.C.
Don Juan Diego Castro, no juegue con la honra ajena.
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