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Realismo político

Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 09 diciembre, 2015


Lo verdaderamente fuerte, de grueso calado e insospechadas consecuencias por la dimensión social, política y económica que entraña, ocurrió el domingo en Venezuela

Hablando Claro

Realismo político

La segunda presidencia de Dilma Rousseff ha sido de todo menos un premio a la primera. La Cámara de Diputados se aprestaba a decidir ayer la instalación de una comisión especial para definir en medio de gigantescas pugnas si la somete a juicio; paso previo a la eventual destitución.
Es una trama política complejísima que merecería páginas enteras de contexto. Pero, en lo medular, la razón argumentada es que el gobierno maquilló (alteró) los resultados fiscales del año pasado y este.
Algo como para explicar que las cosas no estaban tan mal como en realidad están, dado que después de años de crecimiento espectacular, Brasil (como muchos en América Latina) no la está pasando bien con la recesión o la ralentización, el alto déficit fiscal (5%), el sobreendeudamiento (65% del PIB), la inmensa desigualdad y como si todo ello no fuera suficiente, con los megaescándalos de corrupción de siempre (los últimos de los de la petrolera estatal).
Cuesta creer que la sétima economía del mundo ande manga por hombro. Y aunque cualquiera entiende que un proceso para ir a un juicio político es todo un calvario para cualquier democracia, lo cierto es que en el caso de los brasileños el asunto adquiere ribetes surrealistas porque el Presidente del Congreso, Eduardo Cunha —quien lleva la batuta del proceso— está señalado de corrupción (justamente por Petrobras) y es indagado por una Comisión de Ética de la Cámara, en un proceso que avalaron los diputados del partido de la presidenta Rousseff, el poderosísimo Partido de los Trabajadores (PT) que a su vez es socio del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) del que forma parte Cunha y también el mismo vicepresidente de Rousseff.
Un quilombo, dirían en Argentina, donde las últimas horas del gobierno de Cristina Fernández parecen más un capítulo de telenovela que la antesala de la sobria ceremonia de un traspaso de poderes prevista para mañana jueves.
Cristina ha hecho gala de su capacidad histriónica y montó una escena en redes sociales atacando al presidente electo Mauricio Macri por supuestamente no comportarse como un caballero y no ceder a sus pretensiones de terminar con un apoteósico acto en el Congreso los 12 años de la era kirchnerista, a pesar de que ella, magnánima, le sembró sus flores favoritas en jardines de la Casa Rosada para el recibimiento. La cuestión es que al menos a la hora de escribir estas líneas no se sabía dónde ni cómo se haría la entrega de la banda presidencial.
En Argentina, donde la política es un ejercicio sobresaltado e hiperbólico, cualquier cosa puede pasar. Pero además la batalla no es sólo simbólica. Es una batalla real por la sucesión del poder que Cristina quiere seguir liderando desde la oposición. Pero todo esto son cavilaciones.
Lo verdaderamente fuerte, de grueso calado e insospechadas consecuencias por la dimensión social, política y económica que entraña, ocurrió el domingo en Venezuela, donde con todo el realismo de los votos en las urnas el electorado empezó a sellar el fin del chavismo de Maduro, Cabello y sus socios.
La política es siempre una noticia en desarrollo.

Vilma Ibarra

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